viernes, abril 20, 2007

Hospitalidad mexicana.

Hace unas semanas estuve en Campeche, ciudad de piratas, filibusteros, bucaneros y corsarios, donde conocí a I. en el hostal, un dicharachero treintañero que trabaja en una plataforma petrolífera de Ciudad del Carmen. Después de despertarle sin querer de la siesta, me invitó a dar una vuelta con unas amigas suyas. Paseamos, cenamos –insistió en invitarnos- y conversamos largo rato. Me invitó a dormir a casa de su familia situada en Orizaba, entre Veracruz y Puebla, camino de entrada de Cortés al Continente. Acepté gustoso la invitación y también a hacer de mensajero llevando a su familia unos presentes que él había comprado. Por e-mail le comuniqué el día que llegaba y la hora aproximada. Una vez en Orizaba, estuve esperando un rato delante de la dirección que me había dado. Cansado del viaje, decidí ir a un hotel y desde allí ponerme en contacto con él. En la recepción, observé en pocos minutos a tres parejas que entraban, vergonzosas, sin equipaje, dejaban un billete de cien a la señora, recogían la llave y se dirigían a la habitación... sí, resultó ser la casa de citas de la ciudad. Confiando en el grosor de las paredes de mi habitación, dejé la mochila en el cuarto y salí a llamar a I. Hablé sólo un minuto con él ya que se cortó la comunciación; alcancé a decirle que no había encontrado a nadie en su casa. Merodeando por la plaza de la catedral, de pronto, oigo que dos tímidas voces dicen mi nombre. Eran la mamá y hermana de I. que "apatrullaban" la ciudad en mi búsqueda, sin conocerme, sin haberme visto nunca. Me invitan a cenar y me llevan a su casa. Conozco al papá y al hermano que se ofrece para acompañarme al Hotel, coger mis cosas y volver a dormir a su casa. Acepto encantado. Su hermano, A., entra conmigo al hotel donde intento recuperar algo del importe de la habitacion que ya había pagado. El señor se muestra tajante, no ya pagó, son las normas. Cuando bajo ya para salir a la calle, A. me está esperando, el señor me detiene ofreciéndome un billete de cien pesos. Me dice que ya habló con la señora y que ningún problema. Antes de llegar al coche comprendo lo que ha pasado. Sí, el colmo de la hospitalidad mexicana, A. al que hace diez minutos que conozco, hermano de I., un tipo al que conocí unas horas tres días atrás le pagó al señor del hotel para que pudiera irme tranquilo a dormir a su casa -y no sufrir por la presunta estrechez de los tabiques-.

Metro, línea verde, 22 h.

Después de estar parados unos siete minutos en cada estación, bajamos del vagón y montados en las escaleras mecánicas, de golpe, dejan de funcionar.Una voz tras de mí se deja oír:

Paren de mamar!
primero el sauna
y luego ejercitar.